Éxodo, el camino del cristiano
miércoles, 14 de octubre de 2015
La lectura del Éxodo, nos muestra la liberación del pueblo hebreo de manos
de Moisés por mandato de Dios. “he aquí
que el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto la opresión
con que los egipcios los oprimen” (Ex 3,9) Es Dios mismo quien conociendo
el padecimiento y el sufrimiento de su pueblo, comunica a un Moisés –dudoso- sus
grandes intenciones. Un Moisés que aun
teniendo conocimiento de la grandiosidad que tiene frente a él, que se
impresiona de la zarza que no se consume, desconoce quién es aquel que le
habla. “ Cuál es su nombre? ¿Qué les he
de decir?” (Ex 3,13). Al igual que Moisés, somos muchos los cristianos que
desconocemos quien nos habla, quien nos aconseja y comunica nuestro camino.
Cada uno de nosotros es un Moisés que delante de Dios, se niega, niega su
propio caminar, sin embargo el uso de la razón nos lleva a aceptar nuestro
destino y la voluntad de Dios. Es el conocimiento de la vida y el padecimiento
del pueblo hebreo el que lleva a Moisés a enfrentarse al imperio Egipcio.
El éxodo marca el nacimiento del pueblo hebreo efectuado en la sangre (Ez
16, 4-7, Dt 32,5-10). El Éxodo es salvación, real porque libra a su pueblo de
la opresión y la esclavitud, pero es salvación espiritual porque marca el
camino del cristiano, marca nuestro propio camino. Camino que se inicia en el
paso del Mar Rojo, donde incrédulos el pueblo de Dios contempla la separación
de las aguas. Esclavos del pecado que el bautismo nos lleva a la liberación del
pecado original, el paso por el Mar Rojo lleva al pueblo elegido a la
liberación de la esclavitud. Pero el caminar del pueblo no termina en la otra
orilla, al igual que el cristiano es ahora cuando inicia su larga
peregrinación, peregrinación que le llevara a algunos toda la vida. Es al pisar
la tierra de la otra orilla cuando Moisés debe guiar al pueblo hacia la
rectitud para que este alcance la madurez transformada en tierra prometida.
Juan el Bautista ve en Jesús el nuevo Moisés (Dt 18,18) que llevará al
pueblo hacia la salvación iniciada en el Éxodo, incluso Jesús tuvo su propio
Éxodo, al huir a Egipto para volver triunfante sobre Jerusalén (Mt 2,15). Pero
es sin embargo Jesús, el cordero sacrificado por nosotros (1Cor 5,7). Pero al
igual que el pueblo hebreo desconoce las intenciones de Dios y le reprocha una
y otra vez su abandono en el desierto, el cristiano siente ese mismo abandono,
esa pasividad de Dios con cada uno de nosotros, y es que Dios tiene su tiempo,
solo alcanzarán la tierra prometida quien persevere. Serán Muchos quedarán en
el camino, ancianos, enfermos, mujeres y niños perecerán en las arenas del
desierto, jamás conocerán otra forma de vida que el nomadismo y al igual que
incontables almas nunca conocerán la tierra prometida. Cuarenta años de duro
peregrinar, toda una vida que nos llevará a alcanzar la madurez espiritual,
porque ese es el final, la tierra prometida, tan solo aquellos que con Fe,
aquellos que perseveren, aquellos que no dejen que se apague la llama de la Fe,
entraran en la tierra prometida. Y no vale con decir a Dios a todo que sí con
la razón y con el corazón más tarde pensemos otra cosa. Porque ya vemos en
Moisés, “Veras la tierra prometida, pero
no entrarás”. Eran sus dudas, dudas razonables que podamos tener cualquiera
de nosotros. Pero ante Dios y su Palabra esas dudas deben desaparecer.
Estos cuarenta años de desierto, es la vida del cristiano. Buscando día
tras día una respuesta para ese desconsuelo de vida, preguntándose porque Dios
los deja morir en el desierto, para soportar el duro caminar bajo el sol, la
dureza de la vida. En estos cuarenta años el pueblo en su peregrinar prepara la
Pascua, como también lo hizo Jesús antes de su Pasión, comenzaba la inmolación
del cordero y el cristiano caminaba ahora en la celebración de la Pascua, como
el judío que al final del banquete de Pascua, celebra y se regocija con el
vino, Jesús da un sentido nuevo al pan y al vino. Dios no se olvida de su
pueblo y cada día envía el Maná, que recogen para alimentarse, el pueblo es
conocedor que comen el pan de Dios, come de la Palabra de Dios, es el pan de
cada día el fruto de la tierra prometida ( cc 1334, Dt 8,3) . Es Cristo nuestro
pan vivo que baja del cielo (Jn 6, 32-35, Ex 16). El cristiano en sus cuarenta
años del desierto alcanza el reino de los cielos, solo entonces acabará nuestro
éxodo, al igual que el pueblo alcanzó la salvación en una tierra donde brotaba
miel, el cristiano alcanza la salvación en el reino del cielo. La dureza del
desierto es la vida diaria del cristiano, enfrentarse a adversidades y
problemas donde se preguntan porque a él, al igual que se decían uno a otro “Nos ha sacado de Egipto para dejarnos morir
aquí”. Nunca el hombre ha entendido los designios de Dios, pero es este
Dios el que se coloca delante de ellos en el desierto y el que los guía día y
noche, es Dios el que no abandona y protege a su pueblo (Ex 13,1). Aunque el
camino es largo y tedioso, Dios conduce a su pueblo al descanso en una tierra,
que solo él ha elegido, un largo camino donde Dios pone a prueba la Fe de cada
hombre, coloca piedras en su caminar. Solo los merecedores de entrar en ella,
podrán disfrutarla, persevera.
Este
camino de vida se organiza en el Decálogo donde Dios sienta las condiciones de
un pueblo libre de la esclavitud (cc 2057), el Decálogo es una camino de
rectitud en la vida, es Jesús quien mejor que nadie sabe resumir este camino de
rectitud, Jesús es el Moisés que nos guía, que marca nuestro camino, el que nos
arrastra por el desierto (Heb 2,10), al igual que Jesús nos dice que la entrada
en la gloria no es posible sino por el camino de la cruz, es la tierra
prometida posible solo por el camino del desierto. (Mt 16,24). Es Jesús quien
marca el camino correcto, pero no es un camino de ley, ni un camino de triunfo.
Es un camino de persona, “Yo soy el camino y la verdad y la vida…” (Jn 14,6).
Es en Jesús donde se hace el éxodo, es en Jesús con el que debemos marchar (Col
2,6) siguiendo la vía del amor.


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